El pasado lunes 6 de mayo de 2013, alrededor de las cinco de la tarde,
en Cd. Mante, Tamaulipas dejó de existir
Andrés Hernández Flores. Tenía aproximadamente 80 años (según un documento que
se le elaboró en el 2003, con base en su propio testimonio, ya que no tenía un
acta de nacimiento). Al parecer nació en Coxcatlán, San Luis Potosí.
En Mante no se le conocieron familiares. Se estuvo tratando de
localizarlos en su pueblo pero no se obtuvieron resultados. Según el documento
con el que se cuenta, su padre se llamaba Pedro Santiago Hernández y, al
parecer, su mamá María Dolores Flores.
Mi abuelita dice que Andrés le mencionó alguna vez que había llegado a
Mante caminando desde su tierra. Trabajó mucho tiempo recogiendo basura hasta
que sufrió una caída y ya no pudo hacerlo.
Una familia le prestó un espacio para que construyera un lugar para
dormir y otra familia le daba alimentación. Desde entonces se dedicó a “hacer
mandados” a los vecinos a cambio de “propinas”, pues todo lo que obtenía lo
destinaba a comprar alimento para sus perros, que eran (o son) muchos.
Aunque Andrés no era parte de mi familia si forma parte de nuestra
historia. Como olvidar que en los últimos años lo primero que escuchaba al
despertar en casa de mis abuelos era a Andrés barriendo el patio o a mi abuelita llamándolo a desayunar o para
que fuera a llevar o a traer algo a la tienda: “¡Andreeeeeees!”
Tampoco se nos va olvidar la anécdota con la cobija de la Tía Alma, la
cual Andrés no quiso recibir cuando ella murió ya que decía que Alma iba a
venir a reclamarle que se hiciera “el sordo” cuando ella lo mandaba a comprarle
cosas que no debía comer (Alma estaba enferma y tenía que limitarse con ciertos
alimentos, pero no resistía la tentación y aprovechaba cuando se quedaba sola
para comer todo lo que no debía).
En el último año y medio, desde que mi abuelita enfermó, ya no me
despertaba su voz llamándolo, pero si me seguía despertando la escoba de Andrés.
También en el último año y medio fue muy común verlo regando o podando las
plantas de mi abuelita para que no resintieran la ausencia de ella en el patio. (“¡Andrés, no podes tanto las bugambilias; las vas a dejar igual que
al palo de Brasil”!)
Andrés siempre tuvo un gesto amable para nosotros en cada visita a la
casa de mi abuela: “¿¿¿otra vez andan aquí???” (Creo que a él también le
sorprendía que viajemos tan seguido a Mante).
En la medida de sus posibilidades trataba de obsequiarnos algo: luffas (esponjas
vegetales) o cortar nopales para mi mamá.
La última vez que lo vi consciente fue en el viaje de la primer semana
de Abril, pero creo que solo lo vi pasar, esa vez no lo oí ni lo vi barrer. Mis
papás dijeron que lo habían visto decaído. Unas semanas después nos enteramos
que estaba enfermo y en cama.
El primer fin de semana de Mayo fuimos a Mante. Andrés ya tenía varios
días hospitalizado; la última vez que lo vi fue, brevemente, el sábado por la
noche, pero ya estaba inconsciente. Aunque casi puedo asegurar que sentí que se
estremeció cuando me acerqué y lo llamé por su nombre. Ya no se daban muchas
esperanzas de vida para él. En ese momento mi único deseo era que no estuviese
solo al morir. Desafortunadamente, nosotros tuvimos que regresar a casa el
lunes por la mañana.
Antes de venirnos fuimos a ver qué pasaba con los perros de Andrés,
pensábamos que después de un mes sin él, ya no estarían; es cierto que ya no
están todos, pero por lo menos cinco si andan ahí. Quién sabe qué irá a pasar
con ellos.
También se nota la ausencia de Andrés entre los naranjos. Había muchas
pisadas de las gallinas, lo cual nunca antes había notado; pero eso era porque
Andrés siempre andaba barriendo y borraba las huellas.
Cuando llegamos a casa, el lunes por la tarde, a los pocos minutos
recibimos una llamada que nos informaba que Andrés había fallecido.
Afortunadamente no estaba solo en ese momento.
Este escrito no pretende ser igual a todo lo que se escribe después de
que alguien muere; en donde solo se dicen
cosas buenas de la persona fallecida. Lo que pretendo es compartirles
que Andrés EXISTIÓ, aunque no tengamos
información de quién era su familia y aunque muy pocas personas lo hayan
acompañado en sus últimos momentos en el hospital o en su funeral.
Con este escrito quiero agradecer profundamente a las personas que
dedicaron algo de su tiempo para acompañar a Andrés en sus últimos momentos de
su vida en el hospital. Lo hago porque seguramente quienes más lo extrañan y
sufren su pérdida son sus perritos, pero desafortunadamente ellos no pueden
expresar su sentir y su agradecimiento a Andrés por haber sido bueno con ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario