Una de las cosas de la vida que me causan asombro es ver crecer una planta en una pared o en una grieta de alguna banqueta. Me sorprende su fortaleza ante las situaciones adversas y me quedo admirada de cómo logró sobrevivir una pequeña semilla, germinar, crecer e incluso florecer al convertirse en una planta madura.
A veces intento transmitir ese asombro a quienes me rodean, sin embargo no todos apreciamos las cosas de la misma manera: lo que para mí puede ser una maravilla de la naturaleza, para otros es solo una planta que está en el lugar equivocado y es necesario quitarla.
El año pasado por estas fechas estaba intentando darle vuelta a la página en un episodio doloroso en mi vida profesional. Una de las cosas que me hacen feliz y en ese tiempo me ayudaban a sobrellevar los momentos difíciles era fomentar en mis alumnos la admiración y el cuidado de la naturaleza.
Estaba feliz de ver crecer frente a mi aula a una hermosa planta de flores amarillas; y lo más admirable es que había crecido en una grieta del concreto. Fueron semanas y meses viéndola crecer hasta que mostró sus flores y ese día se la enseñé a varias personas e incluso le tomé fotos.
Era curioso que nadie antes la había notado, hasta que se las mostré ahí, floreciendo... Desafortunadamente hubo alguien que también la notó ese día y consideró que no debería estar ahí. De un momento a otro acabó con ella; la aplastó y quebró las ramas.
Fue impactante verla destrozada en el suelo, pues ese alguien ni siquiera recogió las ramas y se las llevó a tirarlas...No, no hizo eso... solo la destrozó y la dejó ahí.
Yo quería llorar en ese momento. Fue un sentimiento de impotencia y frustración. Era el colmo de la calamidad. Yo estoy segura de que no fue algo personal contra mí; simplemente fue una coincidencia. Sin embargo, no podía creer lo que estaba sucediendo... sentía que todo lo malo me pasaba.
Esta fue una de las fotos que le tomé antes de la tragedia:
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